Pasaron los días y llegaron los Reyes Magos, unos pocos de caramelos y poco más. Las amigas me dijeron que los Reyes venían al colegio, yo estaba muy nerviosa y… llegó el momento,. Otra desilusión. Repartieron los regalos por orden de edad, de 6 a 10 años, de 10 a 15 y de 15 a 20. A mí me regalaron cuentos, lápices de colores, gomas de borrar, una pizarra y un diábolo. Todo esto a una niña que aun no conocía el abecedario, más que pena, me dio vergüenza pero me duró una noche.
Al día siguiente inventé en el colegio “el cambalache”.
No se si he dicho que cuando yo entré en el colegio, fuimos tres niñas las que entramos, una de ella era muy pequeña, huérfana de padres y se había criado en la Casa Cuna de Sevilla. Ella tenía seis años cuando entró. Os cuento esto, porque siempre fue con una de las que también estuve más unida. A ella, por su edad, los reyes le habían regalado un muñeco.
Casa Cuna de Sevilla
Y “el cambalache” empezó.
-Conchita, que te han traído los reyes?
-Otro muñeco, María... Ya tengo tres.
-¿Me lo cambias por todo esto?
Le enseñé todo lo mío y a ella le hizo mucha ilusión, ella ya sí sabia leer algo. Todas las niñas empezaron a cambiar cosas. Las monjas se enteraron y les pareció bien. Preguntaron que a quién se le había ocurrido la idea y contestaron que a María Muñoz, a ellas no le pareció mal aunque no me dijeron nada.
Y así empecé a tener ideas… unas buenas y otras no tanto. Por ejemplo, a los pocos días de Reyes se me ocurrió bautizar a mi muñeco, Gonzalito. Era el primero que tenía o que yo recordaba, al menos en el tiempo de la guerra no tuve ninguno.
Ya tenía once años. Para el bautizo guardamos regaliz "Zara", lo echamos en un bote de cristal con agua. También fuimos guardando, naranjas, manzanas, castañas y caramelos de los que aún nos quedaban de los Reyes.
La madrina de “Gonzalito” fué Milagros, era mi mejor amiga. Nos fuimos a la capilla y en la pila del agua bendita le mojamos la cabeza, todas dijimos a la vez: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espirítu Santo y le pusimos de nombre Gonzalo como mi hermano pequeño y mi padre.
En el patio formamos una gran fiesta. Primero mi grupo, era una tarde fría y se fueron acercando todas las demás. Empezamos a bailar: sevillanas, jotas, tanguillos, etc. Acabó todo el mundo bailando y pasándolo muy bien. Sor Antonia que estaba de guardia me dijo que me daría lana para que le hiciera un trajecito. La lana era de tres colores, blanca, azul y naranja. Cuando lo terminé a Sor Antonia le gustó mucho y me felicitó.
Otro día Conchita me dejó su diábolo. Empecé a bailarlo y tirarlo para arriba, las niñas todas empezaron a contar. Yo cada vez lo tiraba más alto y más jaleo se fue formando en el patio, hasta que rompí una lámpara. Entonces se asomó una monja por la ventana y todo el mundo se quedó callado. Tocó unas palmas y preguntó:
-¿Qué pasa?
Una de las mayores le dijo que María Muñoz había roto una lámpara con el diábolo.
La monja, dijo:
-¿Vaya por Dios, ya ha dejado de llorar?, pues estará tres días sin postre.
Yo no sabía quien era esa monja, no la había visto en las tareas de diario. Una de las mayores me dijo que era la Superiora, se llamaba Sor Remedios, Valenciana. Alta, gruesa y muy seria.
A mí me dio mucho miedo de ella y entre mis amigas desde ese día le decíamos el mote del Lobo Feroz.
En todos los recreos mi grupo cantábamos una canción que decía: Quien le teme al lobo
feroz, lobo feroz… uyyyyyyyyy.
Mas o menos así eran los diábolos de la época.
El diábolo, comúnmente llamado diablo y también conocido como «el diablo de dos palos»
Para mí fué como el diablo, me hizo partir una lámpara y quedarme sin postre tres días.
Una mañana mi cuidadora, Concha Chacón, la que en su momento me puso el mote de la “llorona”, nos preguntó muy enfadada:
-Oye… eso del lobo feroz, ¿es por mí?
Le dijimos que no.
-¿Y por que lo cantáis todos los días?
Nos amenazo con un buen tirón de pelo si no le decíamos el nombre del Lobo Feroz.
Y claro, tuvimos que decirlo:
-Concha… es por Sor Remedios, nos da mucho miedo.
Concha me dijo que eso era un pecado, faltar al respeto a la Superiora. Yo me fui a confesar y se lo dije a nuestro capellán.
El me preguntó que por qué se lo decía, yo le dije:
-¿Usted habla con ella, Don Francisco?
No se que le ocurrió, ahora me lo imagino. Estuvo varios minutos sin hablarme. Yo le preguntaba y el sin contestar. Al poco tiempo me dijo:
-Bueno, bueno…María, es que ella es muy seria y además tiene mucha responsabilidad con todas vosotras.
Antes de que se me olvide os quiero contar que una de las cosas ricas que nos dieron de comer la noche buena, fueron dátiles
Habían pasado unos meses cuando Sor Pilar me dió una buena noticia. Mi hermano Manolo, había entrado también en el colegio y que Sor Josefina me lo diría al día siguiente y podría verlo. No había visto en todos los meses que llevaba allí a ninguno de mis hermanos. Empecé a llorar mucho, esta vez de alegría, ya buscaría yo las formas de ponerme en contacto con él siempre que pudiera.
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