La noche del “rasca tu”, os conté que al pasar por las camas de las “meonas” se tapaban la cabeza con las sabanas porque les daba miedo. Una de ellas, la mayor, era a la que mas humillaban, tenía once años. Siempre le decían:
-Meona: esto... aquello…
Las niñas se reían mucho de ella.
Las niñas se reían mucho de ella.
Yo le dije que quería hablar con ella y le pregunté si quería dejar de orinarse en la cama, ella me miró y empezó a llorar. Le dije que no podía beber nada una hora o dos antes de acostarse, eso siempre me lo dijeron mis padres cuando teníamos que viajar ya que dormíamos en hostales y casas ajenas. Le advertí que no se lo dijera a nadie y probara que tal le iba. Lo consiguió pero no decía nada aunque le preguntaban todos, niñas, monjas… Ella solo decía, hago una cosa que me dijo María Muñoz.
Después de la travesura del dormitorio, las monjas se reunieron y acordaron darme más trabajo para tenerme ocupada mas tiempo y por las tardes empecé a ir a clase de labores. ¿Os acordáis de mi muñeco “Gonzalito” al que le hice un chaleco de punto? Sor Agueda que era la monja que daba clases de costura vió ese chaleco y decidieron que podía servir en el taller. Me mostró una máquina de punto y encargó a las mayores que me enseñaran como funcionaba, era una máquina de tricotar.
A los pocos días ya la manejaba sin problemas. Empecé mezclando colores, sisar, menguar y así a las pocas semanas me dieron trabajo. No todo me salía bien pero empeño ponía.
También aprendí hacer “frivolite” con una lanzadera a mano, eran encajes para los cuellos de los uniformes (el que llevo en la fotografía del colegio). Tapetes para las mesas con aguja circular y cuatro agujas, estos trabajos se vendían a la calle o eran regalados a las señoras que ayudaban al colegio.
Este es el comienzo con 5 agujas, luego se pasa a la aguja circular y se hace al tamaño que se quiera.
Un día todo mi trabajo estuvo a punto de estropearse por culpa de una oración que me negué a rezar. Sor Antonia me preguntó por que no rezaba y yo le dije que aquella oración no la rezaba porque mi madre siempre me dijo que Dios era bueno y que no castigaba a nadie. Me dijo que eso era muy mal ejemplo a otras niñas y que se lo contaría a la Superiora, así fue.
Sor Remedios me llamó y me dijo:
-¿Qué pasa contigo, María, por qué no quieres rezar?
-Sor Remedios, me niego a rezar sólo una oración muy fea para dormir.
-¿Cuál es?
Yo le dije:
Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando
Mira que te vas a morir
Mira que no sabes cuando
-Sor Remedios, a mí esa me da miedo rezarla.
-¿Otras si rezas, no?
-Sí, la de la Virgen.
Sor Remedios hizo una pausa y dejó ese tema pero me volvió a preguntar.
-¿Qué le has dicho a Amelia Olmedo que ella no quiere decírselo a nadie?
-Pues le he dicho lo mismo que a mi me decían mis padres cuando era pequeña, no beber nada unas horas antes de irme a la cama.
Sor Remedios, entonces me dijo:
-Anda… Puedes marcharte pero tengo que hablar con tu madre.
-Ella también quiere hablar con usted.
-¿Conmigo?
-Sí, quiere pedirle un favor. Que me dé usted permiso para ir a ver a mi abuela que está enferma.
-Si… ¿Qué tiene?
-No sé, creo que un ciprés en el vientre.
A esta respuesta se puso la mano en la boca y me dijo que me marchara y que me portara bien. Esa noche no se rezó la oración en los dormitorios y ninguna noche más.
A la Superiora le hizo mucha gracia lo que dije de la enfermedad de mi abuela, yo me lo inventé porque lo que mi madre me dijo unas semanas antes era que mi abuela podía tener un tumor, yo le puse nombre.
A la Superiora le hizo mucha gracia lo que dije de la enfermedad de mi abuela, yo me lo inventé porque lo que mi madre me dijo unas semanas antes era que mi abuela podía tener un tumor, yo le puse nombre.
A las dos semanas vino mi madre y habló con Sor Remedios, pude ir a mi casa por primera vez. Dios había hecho un milagro, ahora eran mis abuelos los que vivían en casa de mi madre. Ese fin de semana que pasé en “mi casa” pude disfrutar de mi hermano pequeño que ya no lo era tanto, había cumplido 4 años y fué cuando mi madre me dijo que me portara bien que las monjas me querían mucho porque no mentía y nunca echaba las culpas de mis travesuras a nadie, fuera yo quien las hiciera u otras.
Esto de no mentir me ha traído a mi memoria otro recuerdo que me puso triste todo el día de hoy. Fué una apuesta con uno de mis nietos cuando era pequeño. Yo le había reñido por una mentira que había dicho, me dijo un día:
-¿Tu no mientes nunca?
Le dije que no y él me dijo... no me lo creo. Me aposté mil pesetas con él si me cogía en una mentira. Cuando ya se hizo mayor, me dice un día:
-Abuela, te vas a morir y no te cojo en mentiras. Es verdad que yo con él tenía mucho cuidado porque hay veces que una mentira a un niño puede ayudarle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario