A las seis de la tarde salimos de Mérida, Mariano
y Miguel estaban en el teatro conmigo, Juan llegó en su coche a recogerme. El
viaje fue largo serían las once de la noche cuando llegué a mi casa, Juan
saludó a mi madre y se despidió. Hubo besos y lagrimas, mi hermano Antonio se
había marchado a su trabajo, Manolo y el Chico estaban acostados y mi abuela
pensé que también lo estaba pero me dijo mi madre que así llevaba unos días. Le
dije a mi madre que cuando pensaba contármelo, ella me dijo que yo qué
podía hacer y le dije que estar con ella y que no se viera sola.
-¿Lleva muchos días así?
-Sí...
-¿La ha visto un médico?
-Sí, hace unos días vino D. Manuel.
Quiero aclarar que en esa época no todo el mundo
tenía médico, en casa sólo mi hermano Antonio por estar trabajando y mi madre
en su misma cartilla, ni mis otros hermanos lo tenían ya que en los trabajos
que estaban no los habían asegurado, tenían ya 16 y 14 años.
Entonces le dije a mi madre que sin falta llamará
al día siguiente al médico de pago, yo traía dinero para ello.
-Bueno mama, ahora tu te acuestas tranquila, ya
estoy aquí y estoy acostumbrada a estar despierta por la noche, le pregunté que darle a mi abuela por si despertaba y me dijo que sólo agua si la veía
inquieta.
Yo recorrí la casa y vi todas las mejoras que se
habían hecho, un dormitorio más, el aseo y aún quedaba terreno.
Voy a contar que cuando le dieron a mi madre esta
casa por ser viuda y con cuatro hijos, la casa debía tener más habitaciones y
aseo pero no lo habían hecho bien, entonces también había fraude en las
construcciones. La renta que tenían que pagar era de 25 pesetas mensuales,
cuando Franco vino a ver las viviendas dijo que daba vergüenza una casa con
sólo una habitación para tantas personas, así que serían las casas regaladas y
que cuando pudieran edificaran en la parte de atrás ya que había terreno para
ello.
¿La impresión que me llevé al estar en mi casa?... en
aquellos momentos me pareció la peor fonda en la que había estado en esos años,
miré en la habitación de mi madre y la ví dormida, me dió mucha paz. Hice café
y me senté al lado de mi abuela en una butaca. Empecé a escuchar la radio, uno
de mis vicios desde entonces. Soy seguidora de La Rosa de los Vientos hace más
de 15 años de Juan Antonio Cebrian, ya fallecido pero aún sigo el
programa. En aquella época escuchaba novelas, noticias, música. Poco a poco me quedé dormida, me desperté con un ruido que hizo
mi abuela, le pregunté qué quería y abrió los ojos, me dijo que quería agua.
Cuando terminó de beber me cogió la mano, la volví de lado y me dí cuenta que
estaba mojada, busque una toalla y la aseé. Se volvió a quedar dormida. No he
dicho que mi abuela dormía en una cama en el salón.
La Rosa de los Vientos
El programa fue creado en 1997 por el gran Juan Antonio Cebrián, como relevo de Turno de Noche, y tras su triste fallecimiento diez años después, ha sido Bruno Cardeñosa
el encargado de mantenerlo y renovarlo temporada tras temporada,
adaptándolo a las nuevas cuestiones que se plantean y a los nuevos retos
a los que se enfrenta esta sociedad del s. XXI, un mundo que avanza a
toda velocidad subido en un avión supersónico aunque no se sabe si en la
dirección adecuada.
Cuando volvió mi hermano Antonio de la panadería,
serían las siete de la mañana, mi madre ya estaba levantada y tomábamos café.
Me preguntó como estaba, le dije que bien y mi madre le hizo un resumen del
motivo de yo estar allí, el le dijo que había llegado pronto pero viendo que no
estaba sola se marchaba, a esa hora el siempre traía el pan del día.
Los chicos se levantaron y se marcharon al
trabajo, mi Chico me preguntó si yo me marchaba y le dije que no.
El médico llegó pronto pero no pudo decirnos gran
cosa, sólo que estaba muy mal, le recetó calmantes y nada más.
Cuando se marchó yo me fui al centro a comprar
cosas que hacían falta en la casa, cosas de ropa, para la cama, alimentos,
medicamentos. Volví a media mañana y ya estaba mi hermano Antonio acostado y mi
madre preparando la comida para los pequeños, yo traía cosas que sabía les
gustaba. Yo le dí de comer a mi abuela una papilla de Maicena y se la comió
bien. En la habitación de mi madre me hice una cama y me acosté. Serían las
siete de la tarde cuando me despertó mi madre hablando muy bajito con alguien.
Era su amiga Carmelita Llorens, venía todas las tardes a ver a mi abuela.
Cuando salí me dió muchos besos. Me preguntó si estaba contenta y yo también le
pregunté por su familia. Le expliqué como había pasado esos años y que estaba
muy contenta, me preguntó por la visita de Adorna y le conté que no nos dirigíamos
la palabra nada mas que trabajando en el teatro y que servíamos de risas para
los demás, ella no me preguntó mas sobre el tema.
Merendamos las tres y conseguimos que mi abuela
se pudiera tomar un poco de leche poco a poco.
Carmelita me dijo: -que tranquilidad para tu madre,
que falta le hacías-. Yo le dije que no sabía cuando pensaba decírmelo. Le conté
todo lo que pude y cuanto iba aprendiendo y que bonito era Gandia y ellas
también empezaron a contar cosas de cuando ellas y sus maridos estuvieron
también allí antes de la guerra en una Compañía. Yo las dejé con sus recuerdos
y me fuí para sacar la ropa de la maleta, cuando terminé mi abuela se había
despertado y dijo María, mi madre le preguntó que quería y ella dijo que no era
a ella, era a la niña a la que llamaba, yo me acerqué a la cama y me preguntó
cuando había llegado, le dije anoche y no volvió a decir nada mas.
Se fue Carmelita, mi hermano Antonio se marchó al
trabajo, llegaron los chicos. La cena y a la cama, mi madre y yo preparamos a
mi abuela para pasar la noche. En esos momentos pensé, como había podido mi
madre llevarlo todo sola. Le dije que se acostara y sobre las cinco me
acostaría yo, así lo hicimos.
Ya había pasado 24 horas en mi casa, muy largas y
tristes pero aún así estaba contenta, era la primera vez que podía hacer algo
por ayudar a mi madre.
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