Cuando me levanté antes de comer le dije a mi
madre que teníamos que hablar para ver lo que hacíamos porque no podíamos
seguir así con la abuela. No sabíamos el tiempo que podía seguir viviendo, mi
madre se entristeció pero yo le insistí en organizarnos ya que dentro de unos
días yo empezaba a trabajar en el barrio y el problema lo tenía en casa pero no
podía llevarlo al trabajo.
Le dije a mi madre, desde hoy yo me encargo de la
abuela, de lavarla por la mañana y la noche, también de su ropa y tú de los niños
y de la casa. Por la noche desde que yo me marche al teatro estarás tú con ella
y cuando yo llegué te acostaras y seré yo la que esté hasta que tu te levantes
cuando los niños se marchen al trabajo.
Nada mas terminar de comer me fui al centro de
Sevilla, a la calle Puente y Pellon para comprar dos zaleas, eso era lo que se
le ponía entonces a los niños para el pipi. Era una piel de oveja curtida,
entonces no había otras cosas, era 1953. Compre telas de toallas por metro,
desinfectante, gasas, esparadrapo... todo lo que vi faltaba en casa y podría
necesitar mi abuela para curarla desde ese momento.
Zalea
Para mí compré unos zapatos, es uno de mis
vicios. Eran preciosos, En la zapatería Zegarra le compre un par a mis hermanos
pequeños y regalaban una pelota pequeña de goma. A mi madre no sabía que mas le
hacía falta en esos momentos, le faltaba de todo pero ya estaba acostumbrada.
Yo que sabía lo que mas le gustaba en su vida era leer le compre unas novelas
en la Plaza del
Pan.
Cuando llegué a casa, todo seguía igual. Mi
abuela dormida, como decíamos nosotros. El día fue pasando y tan sólo vi
contento a mi hermano Chico, el veía a mi madre mas tranquila.
Pasaban los días y todo siguió igual. A mi la
noche no me costaba estar despierta porque siempre aprovechaba para hacer
punto, coser, la radio... no era ningún problema.
Una vez en semana venía el médico a verla y
siempre decía lo mismo, en cualquier momento podía suceder lo
inevitable.
Una tarde estábamos las tres, mi madre, Carmelita
y yo. Mi abuela dormida en su cama, de pronto dijo:
-María... ahí está Gonzalo.
Nos quedamos las tres calladas y lo volvió a
repetir, ella llevaba mucho tiempo sin hablar.
Yo le dije ¿que pasa?, ella me dijo:
-Tu padre está aquí.
-¿Dónde?
No me contestó pero si dijo varias veces si, si,
si... como si contestara a mi padre.
En esos momentos mis pensamientos eran ¿por qué
mi padre? ¿era para demostrarle que él estaba mejor que ella?, ¿era por la
conciencia de mi abuela? nunca lo habían ayudado y era él quien venía para
acompañarla en el último viaje.
Esto lo saben mis hijos porque yo se lo he
contado muchas veces en mi vida y no esta sola experiencia he tenido con
personas que he visto morir.
Mi madre se levantó cuando los niños se marchaban
para trabajar, me dijo que yo me acostara y le dije que no. Cuando se fueron fui
a buscar al médico y le dije que la veía muy mal. El me dijo que enseguida iba
para casa. Mi hermano Antonio ya había llegado de la panadería, el médico dijo
que ya estaba todo casi acabado pero mi hermano aún así se marchó como todos
los días. Nos quedamos solas mi madre y yo. Al rato volvió y dijo que ya
había avisado al Ocaso, yo no sabía que mi madre estaba pagando eso pero lo
tenían desde que murió mi abuelo. Al mediodía falleció, todo lo preparamos y se
avisó al único sobrino que tenía Guillermo.
Para que contar nada más, el día del entierro
sólo la acompañaron mi hermano Antonio, sus amigos y mi hermano Manolo. Yo
bastante tuve con cuidar mi madre que perdió el conocimiento unas cuatro
veces durante el día y la noche.
Todo terminó, la casa esa noche parecía otra, ya
no estaba la cama ni la abuela en el salón, sólo quedaba su recuerdo
especialmente para mi madre, yo la verdad no los tenía ni de ella ni de mi
abuelo pero era la madre de mi madre y yo hice todo lo que pude por que tuviera
un buen final.
Esa noche acostumbradas a no dormir, ni mi madre
ni yo teníamos sueño, ella leyendo, yo escuchando la radio nos quedamos
dormidas.
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