Dios mío... como iba cambiando mi vida. En mi
casa, mi cuñada diciendo que era la mejor mujer para su hermano, todos felices.
No podía creerlo.
Las niñas Ani y Margarita querían mucho a Adorna
pero no para que yo me casara con él porque me iría y no estaría con ellas, Yo
pensaba si podría cambiar tanto de vida, dejar el teatro por lo que tanto había
luchado, dejar mi independencia, en fin no quería pensar mucho en ello.
Por lo pronto lo que si puse muy claro era que
mientras no estuviera la reforma de la casa terminada yo seguiría trabajando
primero para ayudar y después para no agobiarme con todos los preparativos. Lo
bueno era que no estaríamos muy lejos, teníamos varios contratos cercanos a
Sevilla, después de Los Palacios íbamos a Cádiz capital y a La Línea de la
Concepción y Vejer de la Frontera. Así que pensé, entre una cosa y otra casi 16 meses y luego
ya veríamos.
Cuando ese día llegué al teatro, Ani me estaba
esperando muy contenta. Tenía una muñeca preciosa que le había regalado se
padre por la obra de La Ciega de París, le dije:
-Ani... Qué bonita es.
Ella me dijo que también había un regalo para mí
pero me advirtió que no dijera nada y me hiciera la sorprendida. Yo le dije que
estaría callada, haciéndome cómplice con sus secretos que era lo que a ella
le gustaba. Siempre me comentaba todo lo que ocurría a unos y otros, no
tenía amigos de su edad. Era una de las cosas que yo tenía muy clara, cuando
tuviera hijos tendrían su casa, su colegio y sobre todo sus amigos. A mí me
daba mucha pena de estas niñas, nunca tenían amigas. Iban de un sitio a otro,
maestros en casa sin compañeros. Unas niñas que tenían de todo pero sólo a mí
para jugar. Me empecé a preocupar por el día que tuviera que decirles que
me marchaba porque sabía que lo pasaríamos mal ellas y yo, habían pasado casi 4
años y para los niños es mucho tiempo. Tres Navidades... yo pensaba, les pasa
como a mí en el colegio, es lo único que van a recordar de su niñez en su vida.
En fin, todo esto me ponía muy triste pensarlo y
se lo comenté a Adorna y él me dijo que nosotros iríamos a verlas muy a menudo
que él y Joaquín habían quedado de acuerdo para que nos fuéramos el mes de
vacaciones cuando nos casáramos. Yo le dije que todo estaba muy bien pero que
estaría con ellas un mes pero me volvería a marchar y las dejaría de nuevo
solas.
Estaba en mis pensamientos cuando Ani me dijo:
-Mariquita mi padre te llama.
Fuí para su camerino y Anita me dió un paquete,
me dijo:
-Esto es un regalo por lo bien que estuvieron
ustedes en la obra y por lo que has ayudado a Ani.
Era una chaqueta de angorina rosa pálida,
preciosa. Entre una cosa y otra dieron el tercer aviso para empezar la obra y
yo aún estaba sin vestir lo hice deprisa y no recuerdo que obra representábamos
ese día, ya no estaba nerviosa actuando en mi barrio, me sabía querida y con
muchos fans.
Era algo parecido a esto pero de mas pelito, de angora.
Unos días antes de marcharnos un grupo de espectadores
acordaron darle un homenaje a Joaquín y trajeron algunos regalos, entre ellos
una placa.
Yo siempre le advertía a mi madre que si mi Chico
quería ir al teatro alguna noche, debía ir arregladito, vamos, se debía bañar y
con la ropita mejor que tuviera. Pues esa noche, me parece mentira, parece que
lo esté viendo por el pasillo con un ramo de flores en una mano y en la otra un
regalo. Sus pantalones cortos, una camisa blanca toda llena de manchas. El para
oler bien había cogido un bote de brillantina, de mi hermano Antonio, pensando
que era colonia. Todo lleno de lamparones llegó al escenario y Joaquín le dijo:
-Gracias Chico... ¿esto es para mí?.
-Qué dices... esto es para mi hermana María de
los admiradores de su barrio.
El público empezó a aplaudir y él a saludar, todos
nosotros muertos de risa, total, todos terminamos aplaudiendo al de la
camisa llena de brillantina, a mi Chico... mi hermano Gonzalo.
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