Por fin llego el día 10 de enero, día de
mi padre y mi hermano Gonzalo, también el cumpleaños de Adorna,
casualidades de la vida que parece pasan para nunca olvidarnos de ese día.
Adorna, como todos los días, se marchó
temprano a su trabajo pero a las once de la mañana tuvo que volver a casa para
recoger unos documentos, eran necesarios entregar cuando llegáramos al
refugio, recogimos las últimas cosas y esperamos a que mi hermano Manolo
llegara para llevarnos a los niños y a mí. A las cuatro de la tarde venían unos
compañeros de Adorna con un camión del Ayuntamiento para llevarse los muebles, montar las camas y todo lo demás que era muy poco.
Sinceramente no recuerdo lo que pasó durante esas horas hasta que ya estuvimos instalados, solo me acuerdo
que le dije a mi madre: -adiós hasta mañana- ella me miró y dijo: -hasta mañana-.
Hoy pienso que tuvo que ser tan duro el
marchar que por ese motivo lo he olvidado y no consigo recordar nada.
Cuando los niños y yo llegamos ya estaba
todo montado solo faltaba hacer las camas.
Al llegar me llamó la atención el patio,
muy grande, lleno de niños de la edad de los míos y algunos un poco mayores. Casi todas las mujeres vinieron para ofrecerse por si necesitábamos ayuda.
Muchas de ellas aún viven y sigo teniéndolas de vecinas, no hemos perdido la
amistad.
Vuelvo a mis recuerdos y ahora si los
tengo claro.
A la hora de dormir esa noche no notamos diferencia nada más en el espacio, las camas y la cuna de Francisco Javier eran las mismas pero había mucho más espacio entre las cosas. Para mis hijos fue una novedad ver como en el centro del patio había un barreño con fuego, una gran candela donde todos se calentaban jugando alrededor. Esa noche costó que cenaran y poder acostarlos, eran muchas novedades las que estaban viviendo.
A la hora de dormir esa noche no notamos diferencia nada más en el espacio, las camas y la cuna de Francisco Javier eran las mismas pero había mucho más espacio entre las cosas. Para mis hijos fue una novedad ver como en el centro del patio había un barreño con fuego, una gran candela donde todos se calentaban jugando alrededor. Esa noche costó que cenaran y poder acostarlos, eran muchas novedades las que estaban viviendo.
A la mañana siguiente, Adorna estaba de
descanso, después de dar el desayuno a los niños teníamos la idea de ir a casa
de mi madre para contarle como era todo y comer con ellos. Margarita me
preguntó:
-Mama... ¿dónde están los juguetes?
Le dije en la caja que estaban y le
pregunté para que los quería, ella me contestó que no iba a casa de su abuela
María sin su muñeca Margarita.
Os cuento la historia de esta muñeca. No sé
si os acordáis de la señora que tenía la tienda en mi casa, en el local que mi
madre alquilaba y se llamaba Cristina, me imagino que sí. Pues en uno de los
viajes que hizo a Barcelona tendría Margarita cinco años, le trajo una muñeca y
mi madre fue con ella a la tienda para recogerla, entonces Cristina le
dijo:
-Mira la muñeca que me encargó la abuela que
te comprara- (yo nunca supe si fue ella la que se la regaló o mi madre la pagó
pero para Margarita siempre fue la muñeca que su abuela le había regalado).
Con esta muñeca pasaron muchas cosas que más
adelante os contaré.
En fin, ella buscó su muñeca la abrigo
bien con una toquilla que yo le había hecho y los hermanos cogieron lo que
quisieron y nos fuimos para ver a mi madre.
Cuando llegamos lo primero que Margarita
le dijo a la abuela fue:
-Mira... traigo a mi muñeca a verte.
Mi madre la miró y le dió un beso. Le
conté como era aquello, estaba muy bien, teníamos una ventana grande por donde
entraba mucho sol y cuando ella quisiera mi hermano Manolo la llevaría a verlo.
Le eché una mano en los trabajo de rutina de la casa, cambio de sábanas,
arreglo de dormitorios, ahora cada uno tendría el suyo y mi madre en nuestra
habitación. Mientras hicimos la comida, Adorna se llevó a los niños para saludar
a los vecinos y despedirse, cuando yo acabé la comida me llegué a casa de mi
amiga Ana, la señora que me hizo el traje de novia. Al regresar ya habían
llegado mis hermanos y comimos todos juntos. Sobre las cinco de la tarde mi
hermano Manolo nos preguntó si queríamos ya marchar, él nos iba a llevar en el
coche. Los niños saltaron de alegría, muy contentos de que su tío los llevara y
cuando llegamos poco más que contar, el día había sido cansado y pronto nos
fuimos a la cama.
A la mañana siguiente ya empecé a notar la
diferencia de vivir allí y no en casa de mi madre, en casa de mi madre todo era
tranquilo, allí mucho ruido desde temprano. El panadero, el lechero, la fruta,
el cisco y carbón, en fin... todos los vendedores iban hasta allí ya que donde
se encontraba el refugio era campo y no había tiendas alrededor, solo existía
la iglesia de San José Obrero y el refugio.
Alrededor habían muchas vaquerías y
huertas. El día anterior nos costó que los niños vinieran con agrado a casa de
la abuela, al levantarse y ver a todos los niños jugando en el campo sin
peligro ninguno ellos también querían aunque eran pequeños y se convencieron
pronto. Para ellos eso era una novedad porque en casa de mi madre tenían poco
espacio para jugar, correr, etc.
No muy lejos, enfrente de donde estaba el
refugio, había un bar y todas las tardes los padres que podían pagar un café
también llevaban a sus hijos para ver los dibujos animados en la tele. Nuestra
idea al marchar era ir todos los días a casa de mi madre a comer pero una vez
allí decidimos que eso no era bueno porque los niños debían irse acostumbrando
a esta nueva vida. Cuando se lo dijimos a mi madre ella no dijo nada pero
Margarita le dijo:
-Abuelita... allí hay muchos niños y
podemos jugar en el campo.
Yo intervine y le dije que no iríamos
todos los días pero si cada dos o tres y los días de descanso de Adorna todo el
día. Ese día al marcharnos creo que mi madre ya se quedó más triste pensando en
que tardaríamos en volver pero como siempre, ella no dijo nada solo al decirle
yo adiós hasta pasado mañana ella me dijo: -hasta cuando quieras- a lo que le
dije - eres tonta- y le di un beso.
Cuando llegamos, los niños se fueron a
jugar pero era enero, hacía frío y pronto se vinieron al dormitorio, cenamos y
a dormir. Yo pensé: -así será todos los días- Pero estaba muy equivocada.
Llevaríamos una semana cuando empezaron
las visitas de los compañeros de Adorna para pasar la tarde con nosotros, una
de esas tardes vinieron Nogales y María con sus tres hijos. Eran de las mismas
edades que los nuestros. Los niños se fueron a jugar al campo, nosotros tomando
café y charlando cuando de repente escuchamos una sirena de ambulancia que
pasaba cerca y cual fue nuestra sorpresa cuando vinieron los niños corriendo y
gritando, la que más gritaba era la pequeña Toñi y solo decía - papa la po la
po policía...- se creyó que la sirena era de la policía y todo fue por una
broma del padre que al llegar esa tarde nos había dicho -vamos a ver... ustedes os vais a la cárcel o a un refugio pero donde sea nosotros venimos a
veros-. Cuando se tranquilizó le contamos que ahora vivíamos allí pero que la
policía no iba nunca porque vivían buena gente que esperaban allí
mientras nos daban una casa.
Como todo se aclaró volvieron a salir
corriendo para seguir jugando tan contentos y nosotros nos llevamos un buen
rato riendo por el susto de la niña, cuando empezó a oscurecer llamamos a los
niños y como era nuestra costumbre siempre que nos reuníamos terminamos cenando
“pescaito frito" Adorna y Nogales fueron a comprar, se hacía tarde y se tuvieron que marchar, al día siguiente sus hijos tenían colegio, los nuestros aún no habíamos podido llevarlos para matricular por no saber dónde nos
darían la casa y la única que estaba en edad era Margarita y su padre se
encargaba de darle clases todos los días.
Pensando hoy en las comidas que siempre
organizábamos, una pena que aún no existían las pizzas...cuanto trabajo hubiéramos
ahorrado, la verdad... eran otros tiempos quizás con menos cosas materiales pero felices, disfrutábamos con lo que teníamos y nuestros hijos junto a nosotros.
Estuvimos en el refugio 54 días pero mis hijos fueron felices y aún lo
recuerdan.
Este es el plano donde se estaban construyendo los pisos donde pronto iríamos a vivir
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